Posiblemente, tanto si eres de los que te simpatiza, como si eres de los que no soporta verlo en pantalla, todos tenemos clara una imagen proyectada por Mr. Trump: «soy el jefe».
No ahora, que es presidente del país más poderoso del mundo de Estados Unidos, sino desde siempre: un millonario excéntrico, amante del lujo extravagante, un machista y machito, y con una constante actitud de «lo-hago-porque-puedo».
En un momento histórico en que una de las naciones más poderosas del planeta podría pasar de tener su primer presidente negro a su primera presidenta mujer, resulta que lo que tiene es su primer presidente abusón de barrio.
Una hombre que piensa y demuestra que por tener dinero y poder las reglas están hechas para los demás es siempre rechazable y molesto. Pero cuando eso se traslada a la esfera de las naciones, la economía y las decisiones que afectan a todo el globo, se convierte en un problema de rango notablemente mayor.
«Quizá la más grande lección de la historia es que nadie aprendió las lecciones de la historia»
Está famosa frase atribuida a Hitler es bastante significativa.
La diplomacia, los equilibrios de poder, las reglas del juego ciertamente no siempre son justas y no siempre garantizan óptimos resultados. Pero sí suponen un escenario donde todos juegan al mismo juego, y donde se construye. La llegada de una nación bravucona y fanfarrona no es propia del siglo 21, y recuerda asquerosamente a la alemania previa al nazismo, y al propio Hitler. Ese Hitler que Trump abiertamente elogia en sus políticas.
No olvidemos que también fue subido al poder por unas masas de alemanes que se quejaban de las mismas cosas que el americano medio hoy: trabajo, inmigración, descontento con la política, y hambriento de alguien que les dijera “todo va a ir mejor, os salvaré”. Sin duda, la frase de campaña «Make America Great Again» (hagamos América grande de nuevo) o «America First» (América primero) podrían haberla pronunciado todos los dictadores del mundo cambiando el nombre del país. Y los parecidos en los modos, los discursos y las formas de Hitler y Trump son notables.
Y eso es una mala noticia para la diplomacia, el cambio climático, la solidaridad internacional, el equilibrio de fuerzas, la paz y para el propio avance de la humanidad.
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